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Predica la Palabra

  • Foto del escritor: Esteban alfaro
    Esteban alfaro
  • 7 ene 2018
  • 2 Min. de lectura

2 Timoteo 4:4:5 4 Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino,

2 que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.

3 Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias,

4 y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.

5 Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio.

Los no creyentes tienen derecho a preguntarnos qué creemos, y por qué lo creemos. Y nosotros tenemos la responsabilidad y mandato de Dios, de darles razones de peso. Por lo tanto, debemos estar preparados en todo momento para decirles con paciencia lo que sabemos acerca de Jesús.

El fundamento del cristianismo es mucho más que un mensaje esperanzador; los creyentes tienen una seguridad bendita basada en la verdad eterna del Dios vivo.

Por lo tanto, siempre debemos estar listos para defender, explicar y dar razón de la fe que tenemos.

Algunas personas creen en cosas que nos son ciertas; sin embargo, tienen convicciones fuertes acerca de lo que se les ha enseñado.

Muchas personas forman parte del gran porcentaje de nuestra sociedad que no toma en cuenta la Palabra de Dios. Y no podemos hacer que una persona crea lo que no quiere creer. Por eso, si nos encontramos con personas así, es aconsejable dejarles primero ver cómo vivimos, mostrarles con nuestro testimonio lo que Dios hace en nuestras vidas. Después, tal vez, estarán más abiertas a escuchar de nuestra fe.

Pero cuidado, la hipocresía es fácil de detectar; así que asegúrese de vivir conforme a las convicciones que dice tener.

Si la gente ve que sus acciones no concuerdan con sus palabras, rechazarán la verdad de Dios, y seremos en lugar de una bendición, piedra de tropiezo en la vida de aquellos que nos observan con atención.

La Palabra de Dios es digna de confianza; por eso, viva de manera coherente con ella, tanto por el bien suyo, como por el de los que espera alcanzar con el evangelio.


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